domingo, 30 de abril de 2017

A esta hora me estarían buscando- Villarreal (2º C- CPEM 57)


Anoche me pasó algo horrible. A veces me parece que los recuerdos feos hacen fuerza por irse, pero igual, cuando están a punto de borrarse, de salir sin hacerse sentir, se les escapa un ruido, y aparecen. Lo que me pasó anoche fue tan horrible que cuando me desperté no podía recordar muy bien cómo había sido. Pero también había dormido  mucho. Apenas me levanté, Raúl preparó mate y me dijo que podíamos ir a buscar las primeras azucenas que crecen cerca del río. Yo no entendí muy bien a qué se refería, pero me di cuenta de que lo que él quería hacer era hacerme salir mientras quedara un poco de luz, para que  me despeje, porque había dormido de un tirón y la verdad ya estaba por empezar a atardecer.
A mí nunca me había seguido un tipo, y no podía creer que me estuviera pasando. Al principio sentí que le pasaba a otra, como si fuera una película y no lo que pasaba. Cuando sentí que se paró detrás de mí tuve un presentimiento, pero mientras escuchaba que me mandaba caminar despacio, no darme vuelta, mientras me decía que si se me ocurría gritar me reventaba la cabeza, y me decía puta, igual no podía terminar de creer en lo que me estaba sucediendo. Ahora me van a violar, me acuerdo que pensé, y empecé a caminar despacio, sin darme vuelta, entumida de miedo, alejándome de la estación.
Terminamos el mate y salimos. Caminamos, porque quedaba cerca, y aunque en la mitad del camino empezó a caer una lluvia suave, no quisimos volver, porque las azucenas perfuman más después de la llovizna, y ya nos íbamos a mojar igual si regresábamos, ya demás la lluvia me hacía bien y me deshinchaba los ojos, porque anoche me dormí llorando.
Miré a lo largo de la calle y no había nada abierto, mientras el tipo me seguía amenazando, no me pongas nervioso, sin movimientos raros, ya te vas a mover cuando lleguemos, te movés como quieras, pero ahora caminá bien despacito. Sabía que me iba a meter en el descampado, y caminaba temblando, pero me empecé a enojar, con ese hijo de puta que me quería violar, y mientras me enojaba le podía hacer caso, y pensaba en matarlo.
Cuando llegamos entre los árboles de la ribera ya no llovía, el río pasaba triste y los pájaros estaban silenciosos. Quedaba poca luz. Aunque Raúl insistió, al final no quise meterme con él entre los matorrales, y me quedé parada, con la ropa empapada, cuando escuché sus gritos, pero las luces rebotando en las piedras mojadas por la lluvia, y las sirenas de las ambulancias, me hicieron aliviar como una bendición, para secarme la ropa, para descansar entre las hojas y la tierra húmeda, para llorar entre las azucenas destrozadas ahora que me habían encontrado.

Fuente: Leer la Argentina 4. Patagonia. Págs. 74 y 75.

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