Anoche me pasó algo horrible. A veces
me parece que los recuerdos feos hacen fuerza por irse, pero igual, cuando
están a punto de borrarse, de salir sin hacerse sentir, se les escapa un ruido,
y aparecen. Lo que me pasó anoche fue tan horrible que cuando me desperté no
podía recordar muy bien cómo había sido. Pero también había dormido mucho. Apenas me levanté, Raúl preparó mate y
me dijo que podíamos ir a buscar las primeras azucenas que crecen cerca del
río. Yo no entendí muy bien a qué se refería, pero me di cuenta de que lo que
él quería hacer era hacerme salir mientras quedara un poco de luz, para
que me despeje, porque había dormido de
un tirón y la verdad ya estaba por empezar a atardecer.
A mí nunca me había seguido un
tipo, y no podía creer que me estuviera pasando. Al principio sentí que le
pasaba a otra, como si fuera una película y no lo que pasaba. Cuando sentí que
se paró detrás de mí tuve un presentimiento, pero mientras escuchaba que me mandaba
caminar despacio, no darme vuelta, mientras me decía que si se me ocurría
gritar me reventaba la cabeza, y me decía puta, igual no podía terminar de
creer en lo que me estaba sucediendo. Ahora me van a violar, me acuerdo que
pensé, y empecé a caminar despacio, sin darme vuelta, entumida de miedo,
alejándome de la estación.
Terminamos el mate y salimos. Caminamos,
porque quedaba cerca, y aunque en la mitad del camino empezó a caer una lluvia
suave, no quisimos volver, porque las azucenas perfuman más después de la
llovizna, y ya nos íbamos a mojar igual si regresábamos, ya demás la lluvia me
hacía bien y me deshinchaba los ojos, porque anoche me dormí llorando.
Miré a lo largo de la calle y no
había nada abierto, mientras el tipo me seguía amenazando, no me pongas
nervioso, sin movimientos raros, ya te vas a mover cuando lleguemos, te movés
como quieras, pero ahora caminá bien despacito. Sabía que me iba a meter en el
descampado, y caminaba temblando, pero me empecé a enojar, con ese hijo de puta
que me quería violar, y mientras me enojaba le podía hacer caso, y pensaba en
matarlo.
Cuando llegamos entre los árboles
de la ribera ya no llovía, el río pasaba triste y los pájaros estaban silenciosos.
Quedaba poca luz. Aunque Raúl insistió, al final no quise meterme con él entre
los matorrales, y me quedé parada, con la ropa empapada, cuando escuché sus gritos,
pero las luces rebotando en las piedras mojadas por la lluvia, y las sirenas de
las ambulancias, me hicieron aliviar como una bendición, para secarme la ropa,
para descansar entre las hojas y la tierra húmeda, para llorar entre las
azucenas destrozadas ahora que me habían encontrado.
Fuente: Leer la Argentina 4. Patagonia. Págs. 74 y 75.
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